porque no debemos dejar morir los animales
¿Por qué es moralmente incorrecto matar animales?
hecho por angie razo xD
1. El interés en vivir
Es común sostener que morir suele ser malo para un ser humano. Supongamos que una niña, cuya vida iba a ser esperablemente feliz, muere a causa de un trágico accidente. Los individuos de su entorno social suelen vivir, de media, unos ochenta años. Estimamos, pues, que la muerte le ha privado de unas ocho décadas de existencia. En ellas hubiera habido momentos buenos y momentos malos —algunos de ellos especialmente felices; otros, quizá, especialmente terribles. Pero, habida cuenta de todo, esos ochenta años hubieran constituido un disfrute para ella. Al comparar su vida tan corta con la que hubiera podido tener en caso de no morir, juzgamos que esa pérdida le ha supuesto un daño.
También es común admitir que, sin embargo, hay casos en que morir es bueno para quien fallece. Supongamos que alguien contrae una enfermedad que, de forma indefinida, le causará dolores insoportables en todo momento. De hecho, son tan terribles que no dejan espacio para experiencia positiva alguna. Las médicas consultadas no creen que haya posibilidades de encontrar una cura, siquiera a largo plazo. En este caso, parece que lo mejor para esa persona es dejar de existir cuanto antes. A diferencia del caso anterior, la muerte no le privaría de algo bueno, dañándole. Por el contrario, le salvaría de un mal, beneficiándola. Reconocemos que la muerte puede ser beneficiosa cuando creemos que hay casos en que es racional que alguien desee suicidarse. También cuando creemos que en ciertas circunstancias está justificado que una persona enferma desee que le practiquen eutanasia, o que le asistan en el suicidio.
Existen diferentes teorías acerca de cuáles son los elementos positivos que contribuyen a que una vida valga la pena ser vivida, y cuáles son aquéllos negativos que contribuyen a que valga la pena que una vida cese. Hay quien sostiene que lo que hace que nuestras vidas vayan mejor son las experiencias positivas (de disfrute), mientras que lo que hace que vayan peor son las experiencias negativas (de sufrimiento). Otras personas sostienen que el elemento positivo son los deseos satisfechos, mientras que el negativo son los deseos frustrados. Suelen afirmar que las experiencias positivas son en sí mismas deseables, y las negativas en sí mismas indeseables. También hay quien cree que hay una lista objetiva de cosas intrínsecamente positivas y otra de cosas intrínsecamente negativas. Entre las primeras encontraríamos, por ejemplo, el disfrute, la libertad o autonomía, el amor o la amistad y el arte. Entre las segundas encontraríamos el sufrimiento, la opresión o el odio.
Como vemos, existe un amplio acuerdo en que las experiencias positivas (de disfrute) son algo bueno, mientras que las negativas (de sufrimiento) son algo malo. Quizá creamos que son lo único que importa para bien o para mal. Quizá creamos que son en sí mismas deseables o indeseables, aunque nuestros deseos puedan dirigirse también hacia otras cosas. Quizá creamos que son parte de la lista de lo intrínsecamente bueno o malo, aunque tal lista incluya otros elementos, como la libertad. En todo caso parece plausible sostener que, si nos dieran a elegir entre dos vidas más o menos similares en otros aspectos, lo mejor sería escoger aquella con más experiencias de disfrute. A la inversa, lo mejor sería escoger aquella con menos sufrimiento. Podemos negar que disfrute y sufrimiento sean todo lo que importa. Ahora bien, son, al menos, parte de lo que importa.
Si una vida contiene más elementos positivos que negativos, se dice que es netamente positiva. Cuando esto ocurre, continuar existiendo es bueno para el individuo de cuya vida se trata. Posee, por tanto, un interés en vivir. Ésta es la situación de la niña de nuestro ejemplo. Su vida futura era netamente positiva para ella, con lo que tenía un interés en seguir existiendo. Al morir, tal interés se ve frustrado: fue dañada al privársele de algo bueno. Si, por el contrario, una vida posee más elementos negativos que positivos, se dice que es netamente negativa. En estos casos, continuar existiendo sería malo para el individuo en cuestión. Ésta es la situación de la persona enferma de nuestro ejemplo. No tendría un interés en vivir, sino, en cambio, uno en morir. La muerte le llega como un beneficio, privándole de un futuro que supondría un daño.
2. La muerte de los animales no humanos
Llamamos sintiencia a la capacidad para tener experiencias positivas y negativas. Puesto que disfrute y sufrimiento son, al menos, parte de lo que importa, basta que un individuo sea sintiente para que pueda tener una vida que vaya mejor o peor. Hay eventos que pueden afectarle proporcionándole un disfrute. Otros eventos pueden afectarle causándole sufrimiento. Si es esperable que su futuro sea netamente positivo, entonces ser privado del mismo por la muerte le causa un daño.

Por supuesto, no sólo los seres humanos son individuos sintientes. La mayoría de animales no humanos lo son. Este es el caso de todos los animales vertebrados y, con gran probabilidad, de una gran parte de los invertebrados [1]. Al igual que sucede con los seres humanos, morir es un mal para ellos al privarles de todas las experiencias positivas de que hubieran disfrutado en caso de continuar con vida. Ciertamente, algunos animales no humanos son entidades no sintientes, como las esponjas de mar. Como ocurre con otros seres vivos no sintientes (por ejemplo, las plantas, los hongos y organismos unicelulares), no son sujetos de experiencias positivas o negativas para quienes vivir o morir pueda constituir un mal o un bien. Esto muestra cómo lo malo de la muerte no es que un organismo vivo deje de vivir, sino que un individuo sintiente pierda, por causa de ello, su existencia futura.
La muerte de un individuo sintiente con un futuro netamente positivo, sea de la especie que sea, es mala para él. Las teorías éticas más importantes sostienen que esto nos da razones en contra de matar a animales no humanos. Supongamos que aceptamos una teoría consecuencialista (como el utilitarismo o el igualitarismo) que sostenga que uno de nuestros objetivos es lograr que los individuos sintientes tengan las mejores vidas posibles. Según tales teorías, tenemos razones morales en contra de causar daños a los otros animales. Esto incluye razones en contra de causarles el daño de privarles de una vida futura buena matándoles. No sólo eso: también tenemos razones para evitar que otros individuos les maten, o que mueran por causas naturales. Esto tiene sentido porque, desde el punto de vista del animal, el daño que sufre al morir es igual de malo para él sea cual sea la causa que le provoca la muerte.
Si aceptamos alguna teoría no consecuencialista llegaremos a conclusiones similares. Por ejemplo, desde una teoría de los derechos morales puede sostenerse que el interés en vivir de los individuos sintientes, humanos o no, está protegido por el derecho a la vida. Tendríamos razones para respetar tal derecho. Vulnerarlo estaría injustificado salvo en circunstancias muy excepcionales, como la legítima defensa o con el objetivo de evitar una gran catástrofe. También tendríamos la obligación de impedir que otras personas vulneren el derecho a la vida de los demás animales. Finalmente, al menos cuando se encontraran en situación de gran necesidad, tendríamos la obligación de acudir en su ayuda, salvándoles así de morir a causa de un evento natural.
3. No matar a los animales no humanos
Debemos respetar el interés en vivir de los demás animales. Esto implica no contribuir a su muerte y evitar que otros seres humanos les maten. Sin embargo, en contra de lo que pudiera creerse, ésta no es la única razón por la que debemos oponernos a la mayoría de las formas de explotación animal.
En la mayor parte de casos, los animales no humanos bajo explotación tienen existencias de sufrimiento neto. Dado que, de hecho, sus vidas contienen mucho más sufrimiento que disfrute, la muerte (aun dolorosa) que reciben no les priva de un futuro valioso. De no morir, seguirían viviendo en las mismas condiciones que hacen que su vida no valga la pena ser vivida. Que la muerte llegue como un beneficio para estos animales en ningún caso hace que la explotación en la ganadería intensiva, en las granjas peleteras o en los laboratorios sea en algún aspecto no tan mala. Bien al contrario: su inmoralidad radica en causar sufrimientos tan terribles que existir pasa a ser peor que morir. Señalar este punto es importante, pues nos muestra cómo seguiríamos teniendo el deber de rechazar una gran parte de los casos de explotación animal existentes aunque creyéramos que los animales no humanos carecen de un interés en vivir.
Es posible que en algunos supuestos los animales bajo explotación no tengan vidas de sufrimiento neto. Incluso es posible que tengan una existencia en condiciones de disfrute antes de morir. Ello no haría que su explotación y la muerte que se les causa estuvieran justificadas. Más bien, es justo lo contrario. Precisamente porque tendrían vidas que vale la pena vivir, la muerte supondría un daño para ellos. Reconocer el interés en vivir de los otros animales nos proporciona las razones para oponernos a que existan estas otras posibles formas de explotación.
Los animales no humanos son dañados de forma no justificada por los seres humanos, ya sea por que se les somete a vidas de sufrimiento neto o porque se les mata, privándoles de un futuro valioso. Ante esta situación, en primer lugar, tenemos la obligación moral de dejar de contribuir al sistema de explotación. Ello supone abstenerse de consumir productos obtenidos mediante la explotación de sintientes no humanos. Por ejemplo, llevando una alimentación basada en plantas. En segundo lugar, supone adoptar la estrategia más eficaz para erradicar ese sistema de explotación. Por ejemplo, educando a más personas en el antiespecismo e implementando cambios institucionales que hagan cada vez más difícil la perpetuación del sistema.
4. Salvar a los animales no humanos
En general, no pensamos que respetar el interés en vivir de otros seres humanos se reduzca a no matarles. Es común creer que, además, tenemos la obligación de salvar sus vidas cuando éstas están en peligro por algún evento natural, como enfermedades o catástrofes. De hecho, muchos sistemas políticos reconocen un deber así, financiando sistemas de salud pública y considerando la omisión de auxilio en determinadas circunstancias como un delito. Si rechazamos el especismo, debemos extender esta obligación de ayuda a los animales de otras especies.
Esto es muy importante en relación con nuestras obligaciones respecto de los animales salvajes. En comparación con el número de seres humanos y con el de no humanos bajo explotación, la práctica totalidad de individuos sintientes son no humanos que viven en la naturaleza [2]. Suele creerse que las vidas de estos animales son idílicas (es decir, de mucho disfrute o poco sufrimiento). Sólo recibirían daños relevantes cuando los seres humanos irrumpen en ellas, por ejemplo, mediante la caza. Desafortunadamente, esto no es cierto. La vida de la amplia mayoría de estos animales es de sufrimiento neto.
Comentarios
Publicar un comentario